Texto-mezcla extraído de La enfermedad y sus metáforas, de Susan Sontang.
El cine es como el cáncer. No,es más infeccioso,es como el sida. El lenguaje es un virus. La categoría de infecciones virales de proceso lento está creciendo. Virus se ha vuelto sinónimo de cambio. La única tradición propia de la música contemporánea es el cambio. Tienes que mutar,como un virus. La peste sólo logrará sobrevivir como metáfora gracias a la idea,cada vez más conocida,de virus. Ahora el sida obliga a pensar que la sexualidad puede tener las más horrendas consecuencias: el suicidio. O el homicidio. Ten cuidado. Sida. No te mueras de ignorancia. Se ha comparado el recuerdo nostálgico de la cultura sexual de los años setenta con el recuerdo nostálgico de la era del jazz vista desde el lado malo del crash de 1929. Consume. Haz lo que quieras. Diviértete. El funcionamiento mismo del sistema económico que ha otorgado estas libertades que no tiene prosperidad material,depende de que se incite a que las personas desafíen las limitaciones. El apetito ha de ser inmoderado. La ideología del capitalismo hace de todos nosotros connaisseurs de la libertad,de la infinita expansión de lo posible. Prácticamente todo tipo de reivindicación ofrece en primer término algún incremento de la libertad. No de cualquier libertad,desde luego. En los países ricos se identifica cada vez más la libertad con la «realización personal». Una libertad gozada o practicada a solas. De ahí que se hable tanto acerca del cuerpo,que vuelve a ser imaginado como el instrumento con el que llevar a cabo,más y más,los distintos programas de mejora personal, de perfeccionamiento de las propias capacidades. Dados los imperativos del consumo y el incuestionado valor que se atribuye a la expresión personal, ¿cómo no iba a ser la sexualidad, para algunos, una opción de consumo, un ejercicio de la libertad, de una mayor movilidad, de ampliación de fronteras?. El gusto por los guiones que terminan de la peor manera posible refleja la necesidad de dominar el miedo ante lo que parece incontrolable. También expresa una complicidad imaginativa con el desastre. El sentimiento de malestar o de fracaso cultural da lugar a un deseo de barrerlo todo. Nadie quiere una peste, claro. La realidad se ha bifurcado,convirtiéndose en la cosa real y una versión alternativa de sí misma, y ello por partida doble. Están el hecho y su imagen. Y están el hecho y su proyección. Pero tal como los hechos reales a menudo no parecen más reales que sus imágenes, y piden ser confirmados por sus imágenes, también nuestra reacción actual ante los hechos busca ser confirmada, con el apoyo del cálculo adecuado, en el esquema mental del hecho en su forma proyectada y última. La conciencia del futuro es un hábito mental, y una corrupción intelectual, tan específica como la conciencia histórica que, como lo señaló Nietzsche, transformó el pensamiento. Ser capaz de estimar cómo se desenvolverán las cosas en el futuro es un subproducto inevitable de una comprensión más sofisticada (cuantificable, probable) de los procesos, tanto sociales como científicos. La mirada al futuro, que estaba vinculada a una representación lineal del progreso, con los nuevos conocimientos de que disponemos, jamás soñados, se ha convertido en la visión de un desastre. Dos tipos de desastre, en verdad. Y un vacío entre ambos.